La historia de España es un compendio de influencias de las diferentes culturas que han habitado el territorio.
Los primeros pobladores de la Península fueron celtas e íberos. De este período datan los primeros testimonios escritos sobre la Península. Se dice que Hispania (nombre con que los romanos conocían a la Península) es un vocablo de raíz semita procedente de Hispalis (Sevilla). Desde el año 1100 a. C. y hasta mediados del siglo III a. C., el contacto comercial y cultural con las altas civilizaciones mediterráneas vendrá de la mano de fenicios y griegos. Al final de esta etapa, ambas civilizaciones serán desplazadas por cartagineses y romanos, respectivamente.
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La presencia romana en Hispania duró siete siglos, durante los cuales se configuraron los límites básicos de la Península en relación con otras poblaciones europeas. A la administración territorial heredada de Roma se suman instituciones tales como el concepto de familia, el latín como lengua, la religión, el derecho…
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A comienzos del siglo V nuevos pobladores procedentes del norte se asientan en la península: los visigodos, en el interior, y los suevos, al oeste. Estos pueblos germánicos se veían a sí mismos como continuadores del apagado poder imperial. La integración entre hispano-germánicos fue un proceso rápido, excepto en el noreste peninsular, habitado por vascos, cántabros y astures, resistentes tanto a la infiltración romana, como visigótica y, más tarde, musulmana. La descomposición del aparato estatal visigodo provocará, a principios del siglo VIII, la sucesiva infiltración de tropas árabes y bereberes del otro lado del estrecho de Gibraltar.
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A mediados del siglo VIII los musulmanes han consumado la ocupación y Córdoba se convierte en el centro del floreciente Estado andalusí. La presencia árabe en España durará cerca de siete siglos y dejará una huella indeleble en el acervo cultural español. Los pequeños reductos cristianos del norte de la Península, tras un extenso período de convivencia pacífica, pasan a protagonizar la Reconquista, que culminará con la toma de Granada en 1492 bajo el reinado de los Reyes Católicos, tradicionalmente considerados como los forjadores de la unidad peninsular y de la empresa imperial del Renacimiento español.
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